La fiesta de la Asunción de la Virgen María, también se le llama Tránsito de María que significa su Paso de la condición terrena a la otra vida. Su vida fue preparación para su muerte.
Es muy importante ver que a María no se la celebra por sí misma. Ella está siempre al servicio de la Redención realizada por Cristo. Así se ve lo profundamente inserta que está María en el misterio cristiano.
En esa perspectiva hemos de ver también el don que Dios le concede de ser concebida sin mancha de pecado, Inmaculada desde el primer instante de su existencia. Así la prepara Dios para que sea Madre de su Hijo; es por ese motivo que siempre en la plegaria eucarística hacemos memoria de la “bienaventurada Virgen María, Madre de Dios”.
María ha cumplido a la perfección lo que Dios espera del ser humano; mujer de fe, esperanza y humildad, de luz y pureza, de gozo, de silencio y de escucha; crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente, si es pobre o necesitado.
La santidad ejemplar de María nos mueve a levantar los ojos a Ella, que brilla como modelo de virtudes evangélicas y sólidas.
Admirar y contemplar a María como el fruto madurado a lo largo de su vida hasta este día final de su etapa en la tierra y día inicial de su vida sin fin en el cielo; nos transforma a semejanza de ella porque el amor nos hace semejantes a los que amamos a María.
En este Mes de Solidaridad, Jesús nos invita a comprometernos desde el corazón, siguiendo el ejemplo de su madre; porque hoy nos encontramos con hombres y mujeres que son golpeados por la cesantía, el hambre, la soledad y la marginación… Esto es ser cristiano, poner al otro en el centro de nuestro corazón y dedicarnos a servirlo. De esto seremos examinados en la tarde de la vida.
María elevada a una gloria infinita no se ha separado de nosotros; nos espera siempre y se inclina hacia nosotros para escuchar nuestras súplicas.
María es Reina porque mueve el corazón de su Hijo y posee suavemente los corazones de los hombres y mujeres, por eso le decimos con toda el alma:
“Reina del mundo y Madre nuestra, ruega por todos nosotros”.
Para un cristiano, Cristo es todo. Es el centro de su vida, es el centro de la piedad cristiana.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es el centro de todas las devociones, porque Cristo es el que nos asegura que tiene riquezas insondables; que la anchura, longitud y profundidad de su corazón no tienen límites.
San Lucas al hablarnos de la bondad del Corazón de Cristo y del Padre, reúne en un bellísimo capítulo las parábolas del perdón: la oveja perdida y la del hijo pródigo. Son la mejor muestra del corazón de Dios. Nos presenta a un Dios con un corazón lleno de ternura y de amor, capaz de comprender y perdonar. Nos quiere a pesar de todo, sin pasarnos jamás factura.
¡Si creyéramos esto, qué distinta sería nuestra vida!
Hoy conviene enfatizar que la verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús exige contemplar su amor infinito por nosotros. El corazón más misericordioso es el Sagrado Corazón de Jesús. Es el corazón humano de Dios. Es el corazón donde todos los hombres y mujeres tienen siempre un lugar, pues está abierta a todos y todas, sin conocer diferencias. Por eso estamos llamados a pedirle al Corazón de Jesús que purifique nuestros corazones, para que de ellos broten sentimientos de paz, amor y perdón que nos ayuden a vivir en el gozo y la alegría del auténtico cristiano.
"Si en el bautismo hermoseaste mi alma
Y me ofrecí ser tuyo y Tú ser mío
Llamaré siempre en tempestad o en calma
¡Corazón de Jesús en Ti confío!"